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Dos excelentes profesionales han escrito con sensatez, inteligencia y sentido común en estas las últimas semanas abordando los recortes presupuestarios que le van a costar al cine español una buena cantidad de dinero. Dos clásicos del oficio, por decirlo así. Deben leerlos si no lo hicieron. Por un lado, Adolfo Blanco publicó una extensa carta abierta al ministro de la cuestión en la argumentaba con solvencia el daño de las reducciones y las ponía en contexto con las deudas del fútbol y su dimensión: varias veces las reducciones del dinero que va a películas. Por su parte, Pancho Casal, repasaba el mismo problema y ponía en contexto la reducción, con su poca cuantía relativa y con las cantidades otorgadas al Plan Avanza arrojando la sospecha, con todo sentido, de que tampoco es que hayan logrado grandes cosas. Es importante que, ambos, desde sus puntos de vista, asumen y explican algunos defectos profundos de la producción española de cine y no pretenden echarle la culpa al empedrao, sino a sus propios componentes. Lo interesante de ambas contribuciones es que ponen en evidencia el problema de fondo del mundo subvencionado y, si quieren, del enorme poder del estado para decidir quién tiene su favor y quién no, eso que los economistas llaman rent seekers o buscadores de rentas. Como ya sucede con los mineros y los olivos, que piensan que lo que reciben no es tanto, lo que contemplamos es la competencia entre sectores diferentes de la sociedad por conseguir rentas fuera de lo que pueden obtener en el mercado y que el estado reparte, al final del día, como un concurso de belleza. Sea cual sea la supuesta transparencia y competencia por ellas. Si se está en contra de las subvenciones, se debe estar en contra de todas, eso que el cine no termina de explicar bien. Y, si son aceptables, parece lógico esperar bajo qué circunstancias y criterios para demostrar… resultados. Porque, ¿deben esperar los demás a ver cubiertas sus demandas, quien sabe si más urgentes, porque otros no terminan de ganarse la vida? Es bastante parecido a cuando tienes el mismo partido de fútbol en una tele pública y otra privada. Cuando baja el nivel del mar se ve quién no lleva bañador y la pregunta para todos los que pagan impuestos debería ser durante cuánto tiempo es legítimo apoyar y estimular sectores que, como pasa con el cine y atendiendo a las descripciones de sus mejores miembros, no logran el favor de los espectadores, por muy deseable que sea tener una industria propia o como quiera llamarse: después de todo, y seguramente es un milagro, el fútbol ha sido capaz de crear una marca de entretenimiento global y tener los mejores jugadores de su historia permitiendo la entrada de todo el talento extranjero que pueda hallarse. En el diseño de incentivos está el problema y, ahora que el ruido de la desgravación fiscal parece que coge impulso para que sea un sistema serio… habrá que ver qué premia: si estimula el desarrollo de empresas capaces de construir productos de entretenimiento o de influencia cultural internacional o sirve para continuar la sobreproducción anodina. Veremos lo que sale, que me parece que hay mucha necesidad recaudatoria.